sábado, 16 de abril de 2011
Las dos posiciones indeseadas
Por Hugo Guerra
Desde el enfoque neoliberal más obtuso, durante las dos últimas décadas se sostuvo que el alto nivel de crecimiento del PBI se debía a la separación entre la política y la economía. Tan grave error conceptual, práctico y ético –que impidió corregir las distorsiones en el manejo financiero del Estado– se traduce hoy en la terrible disyuntiva de tener que votar entre dos posiciones a todas luces extremas e indeseadas por la mayoría de peruanos.
Elegir entre Ollanta y Keiko en la segunda vuelta pone a los peruanos en el disparadero de optar por un modelo impreciso de cambio radical del modelo político, social y económico del Perú; o decidir por la continuidad del sistema, pero con el liderazgo de quienes aún hoy tienen preocupantes posturas autoritarias.
A diferencia de aquellos que prefirieron sumarse al intento de demolición en la recta final, he venido sosteniendo que la candidatura de Humala es legítima mientras se mantenga dentro del cauce democrático. Creo –como he señalado antes– que el comandante no es el mismo del 2006 porque ahora argumenta posiciones menos rígidas y con distancias por lo menos formales frente a la intromisión chavista. Pero el cambio del comandante no es convincente y genera muy serias dudas de si tiene las suficientes credenciales para asumir el mando de la nación.
La lista de preocupaciones sobre Humala puede resumirse en tres cosas: primero, la diferencia entre lo que se sostiene hoy y lo que está consignado en el plan de gobierno es clamorosa. Específicamente el tema del respeto a los derechos fundamentales, comenzando por la libertad de prensa, no se logra esclarecer. No basta el documento firmado por el comandante, porque para sus voceros se trata de defender la libertad de los llamados medios ‘alternativos’, y no de la prensa ya establecida.
Segundo, la falta de definiciones impide entender qué significa realmente aquello de la “economía nacional de mercado”. Hasta este momento parece, más bien, un cajón de sastre donde encaja todo. Desde la moderación aparente de Humala y el análisis sereno de Daniel Abugattas hasta las propuestas anacrónicas de personajes redivivos del pasado como Javier Diez Canseco, Ricardo Letts y Manuel Dammert. En suma, ¿iríamos a un esquema reformista o nos desbarrancaríamos en la búsqueda de la utopía socialista?
Tercero, sigue nebulosa la propuesta refundacional del Estado, porque no se precisa si finalmente un gobierno nacionalista haría solo algunas reformas constitucionales o si avanzaría en una ordalía legal.
En cuanto a Keiko, hay también tres ejes de profunda preocupación: ante todo, es paradójico que en el Perú hayamos luchado tanto para derrotar el autoritarismo, como para ahora aceptar mansamente que un nuevo gobierno pretenda reeditar las políticas del autócrata Alberto Fujimori. El editorial último de la revista “Caretas” es muy preciso cuando recuerda cómo, al margen de las formas amables de la candidata, está alentando la reminiscencia y el retorno a la gestión pública de una serie de personajes que participaron activamente en los mecanismos antidemocráticos, inconstitucionales, corruptos y perpetradores de violaciones de derechos humanos del período 1990–2000.
Del otro lado, salvo algunas personalidades aisladas (casos de Yoshiyama y Rafael Rey), ¿quién garantiza que no volverá a restablecerse el aparato que gobernaba con métodos de terror, soplonería y represión? ¿Adictos enfermizos al poder como Montesinos y Fujimori padre no influirían? ¿Y no es cierto que tras bambalinas ya se ha avanzado en la negociación de un proyecto de sentencia del TC para liberar, en cualquier momento, al autócrata invalidando la sentencia histórica del juez César San Martín?
En el plano económico, ¿fuera del asistencialismo qué ofrece Keiko? ¿Por qué creer que ella nos llevaría a la impostergable economía social de mercado?
La gestión que viene haciendo PPK (una personalidad que merece el mayor respeto ciudadano) para que se alcance un pacto por la democracia en el Perú es, en este contexto, una buena salida porque los dos candidatos deben reconocer que necesitan sanear sus credenciales democráticas.
Pero aun así, incluso después de elegido el próximo presidente de la República, los peruanos tendremos que organizarnos para mantener un sistema de vigilancia social sobre el nuevo gobierno. Aquí no podemos aguantar que eventualmente nos lleven al modelo absurdo del chavismo, o que nos retrotraigan al horror del pasado autocrático. Que les quede claro a Humala y Fujimori: en verdad ninguno ha ganado, sus triunfos son apenas parciales porque más del 50% de los ciudadanos está en contra de ellos y quien quiera salga elegido, inicialmente deberá su mando solo a un voto desesperado ante la paradoja del sistema político peruano.
Publicado el 16/4/2011 en El Comercio
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